Son 24 talentos admirados en todo el planeta. Pasan 730 días enfrentándose en los torneos más prestigiosos, pero una vez cada dos años su mundo se para. Es momento para la Ryder Cup. Estados Unidos contra Europa. 12 jugadores contra otros 12. 45.000 personas en el campo. Una audiencia televisiva de 650 millones de espectadores. Y un capitán por cada equipo. Una figura clave.
El capitán suele ser un jugador ya retirado al que se le piden unas grandes dotes de liderazgo para seleccionar a su equipo y gestionar ese talento con un horizonte claro: dar lo máximo en los pocos días que se juegan algo de un prestigio tan grande.
2010. El carisma de Montgomerie
En 2010 Europa ganó la Ryder y lo hizo de forma épica. El equipo del viejo continente se impuso por un punto, 14,5 a 13,5, en una competición muy igualada y que la lluvia extendió, por primera vez, hasta el lunes (normalmente dura de viernes a domingo).
Colin Montgomerie fue el técnico europeo. Un jugador inolvidable para una cita inolvidable. Monty empezó a mostrar su carisma pronto, concretamente en la selección del equipo.
Para escoger a los 12 integrantes hay dos criterios. El primero es el del palmarés, los jugadores con más títulos acuden a la cita. El segundo es la opinión del entrenador para seleccionar a los wildcards. Ahí interviene el olfato del técnico para analizar qué le hace falta para completar el puzle de ese equipo.
Montgomerie señalaba que le importó, además del juego, cómo esos rookies motivarían al resto de sus compañeros. Por eso escogió a Padraig Harrington, Edoardo Molinari y Luke Donald. Su cita deseaba jugadores apasionados que quisiesen ganar por el tour europeo y no para ellos mismos! resume bien la filosofía.
Montgomerie se basó para construir su equipo en Tony Jacklin. El capitán de 1983 hasta 1989, y el líder que encabezó la primera victoria europea contra EEUU en 28 años. Jacklin hizo todo lo posible para que las condiciones fueran las adecuadas a sus jugadores, como el césped. Y lo más importante con otros detalles, como el del uniforme, creó una conciencia de equipo. Montgomerie, a su manera, supo dar esa consistencia al equipo. Consiguió crear un clima optimista, relajado donde los jugadores miraban por el equipo. Lo hizo con cenas de equipo o con consursos en los que estaban permitidas las trampas, siempre que fueran divertidas.
Las decisiones y las charlas que daba, nunca demasiado encima de los jugadores, hicieron que ellos se aliaran con él. Padraig Harrington llegó a afirmar que para el técnico estaba con cada jugador y cada jugador estaba con él. Queríamos ganar para Monty. Su método se basaba en consejos y charlas específicas para todos. Su equipo acumulaba mucho talento, pero no se podía tratar a todo por igual.
Montgomerie, como también le pasa a Olazabal, vivió una situación clásica de las organizaciones empresariales. Paso del staff a la dirección. Y la capacidad técnica no tiene por que ir ligada al liderazgo, son cosas distintas. Sin embargo, Montgomerie supo abandonar su rol de estrella para trabajar por el equipo. Hacer una gran selección, buscar un buen clima, sacar lo mejor de cada uno, favorecer las condiciones externas, motivar sin agobiar y dejar que el talento de sus doce elegidos hiciese el resto.
2012. El aprendizaje de Olazabal
El resultado de la Ryder de 2012 fue tan ajustado como la de 2010, 14,5 por 13,5. Europa volvía a ganar in extremis. Esta vez con una remontada increíble detrás. En esta ocasión era un español el que ejercía de capitán, José María Olazabal. Él, que había sido jugador de Montgomerie, se subía al carro de liderar a los europeos en la bienal por excelencia del golf.
Montgomerie declaró en alguna ocasión que el espíritu de Seve Ballesteros fue fundamental para conseguir su hazaña. El inglés señalaba que la fuerza que nos transmitió al hablar con él era asombrosa. Queríamos pasión y Seve nos la transmitió a raudales. Para Olazabal ese espíritu fue la base para virar una situación tan complicada como la que vivió en el principio del torneo (de los tres días que tiene, EEUU aplastó a Europa durante más de la mitad). El vasco rememoraba una cita de Ballesteros nada termina hasta que no termina, nada está perdido hasta el final. Y con esa base consiguió un extra durante el domingo en la que su grupo consiguió remontar: ha sido muy duro y estoy emocionado. Nunca había experimentado nada como esto, esa sensación de que haya 12 jugadores dándole el 120 por ciento a un equipo. Estaban dispuestos a sacrificarse por el bien del equipo y me ha parecido increíble.
El de Seve no es el único paralelismo de Olazabal con Monty. El español aseguraba que una parte de su labor consiste en hacer que los jugadores se sientan todo lo cómodos que sea posible en el campo y facilitarles todo para que solo tengan que centrarse en su juego. El vasco, como el inglés, también entendió que no podía pedirle a todo el mundo por igual, debía de creer en la personalidad e individualidad de todo cada uno.